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No eres tú, somos todos



Hace unos meses saltó a la fama el término "fatiga pandémica". Cansando o agotamiento general; trastornos del sueño; dificultad para concentrarse; trastornos mentales; tristeza prolongada; irascibilidad; desmotivación... Son solo algunos de los síntomas que la OMS asocia con este nuevo concepto.


Parece que empezamos a ver la luz al final del túnel, pero el tiempo sigue pasando y vamos de ola en ola como en un juego de tablero. Cada semana hay nuevos casos, nuevas reglas, nuevas restricciones, nuevos peligros... Y aunque el vaso de nuestro bienestar parece ya colmado, no dejan de caer gotas.


Esta semana he sido realmente consciente de que soy una víctima más de la fatiga pandémica. Hasta ahora notaba el cansancio físico y mental de llevar más de un año en mitad de una pandemia sin precedentes, pero estos últimos días he constatado mi estado actual.






Me piden consejo y no sé qué decir. Se me hunde el alma cada vez que veo un nuevo cartel de "se alquila" en un local de la calle. Tardo horas en realizar tareas que antes culminaba en minutos. Mi paciencia tiene un tiempo de vida mucho más escaso de lo habitual, para todo. No me apetece hacer planes elaborados ni tener conversaciones largas y profundas. No me concentro. Siento una terrible apatía hacia todo lo que tenga que ver con la actualidad sociopolítica. Lo único que quiero hacer durante el día es aovillarme en el sofá y comer galletitas.


Y, aunque no te conozca personalmente, sé que a ti también te ha pasado de una u otra manera. Y sé que te has preguntado si eres tú o qué narices te está pasando últimamente. Antes eras más listo, más elocuente, más sociable, más culturalmente inquieto... Y los últimos meses solo has sido una sombra de lo que eras. Lo sé. No eres tú, somos todos.


Esta fatiga pandémica nos está afectando a todos, en mayor o menor medida. No estamos tan receptivos ni tenemos tanta paciencia como nuestro habitual 'yo'. Al principio pensaba que no me estaba afectando demasiado, ya que soy una persona introvertida y casera por naturaleza a quien las restricciones no han causado mucho daño, pero estaba equivocada. Todo suma. Todo.


Hace un año, al principio de la pandemia, todos estábamos con los niveles de estrés normales, y todo aquello que podíamos hacer para sentirnos mejor funcionaba más o menos. Pero ese estrés se ha dilatado en el tiempo y ya no somos capaces de responder de la misma manera. Y, sin embargo, se nos exige diariamente que rindamos como lo haríamos en circunstancias normales y que nuestro nivel de productividad no decaiga ni un poquito.


En lo que más lo he notado ha sido en los estudios. Hace un par de años yo estaba cursando dos másteres al mismo tiempo y trabajando a la vez. Podía con todo, aun con sus bajones puntuales. Actualmente estoy terminando mi segunda carrera y mi carga laboral ha descendido mucho debido al virus, por lo que tengo menos tareas. Sin embargo, no soy capaz de concentrarme y sacarlo adelante.


Ayer, sin ir más lejos, me tiré varias horas escribiendo y borrando continuamente una parte de un proyecto educativo. Cada idea que se me ocurría me parecía pésima y no veía la manera de afrontarlo. Admití que no estaba adelantando nada y decidí dejarlo reposar hasta el día siguiente. Esta mañana tenía la mente clara y la idea fija en mi cabeza y la escribí del tirón. A pesar de la alegría de haber llenado la página de posibilidades, esa productividad me duró muy poco tiempo y, al rato, tuve que volver a levantarme del escritorio y cambiar de actividad.


Jamás en mi vida estudiantil me había sucedido tal cosa. Ni siquiera en los peores momentos de tener que entregar trabajos en un margen irrisorio de tiempo.


Y no, no soy yo, somos todos. Esto le está pasando a mucha gente. Es una epidemia silenciosa que se va comiendo nuestra motivación poco a poco, como un gusano dentro de una manzana. Escribo estas líneas para recordarte que no estás solo, que esto no durará eternamente y que dentro de unos meses nos empezaremos a sentir nosotros mismos de nuevo. O eso quiero creer.

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